DEL AMOR VICTORIOSO (MUERTE Y RESURRECCIÓN DE KENRIDE KEISER). Novela




DEL AMOR VICTORIOSO 
(MUERTE Y RESURRECCIÓN DE KENRIDE KEISER)

NOVELA

Por Pedro Fernández Cuesta


1. UN DÍA…

«Un día» dijo Natalia, «Ken me habló de Osiris».
Soñé con Hermes, que portaba los atributos de Thot.
Y con Osiris, que portaba los atributos de Hermes.
Y con el Árbol de la Ciencia.

2. El testimonio de César Cabrera Hoz, periodista (I)

─ Usted, señor Cabrera, conoció personalmente a Kenride Keiser; ¿qué puede decirnos de él?
─ Estaba loco.
─ ¡Loco!
─ Sí, total y absolutamente loco.

3. El testimonio de Ester

─ Recuerdo ─dijo Ester─ que por una pequeña broma que César, un tío majísimo, le hizo a Natalia, la novia de Keiser, éste…
¡PAFF! ¡OW!
─ Se me hace difícil imaginar, si he de ser sincero, al arqueólogo Keiser, al que tuve el placer de conocer personalmente…

4. El testimonio de César Cabrera Hoz, periodista (II)

─ ¿Eminente arqueólogo?, ¡por favor!, a Kenride Keiser ni siquiera se le puede llamar arqueólogo ─farfulló César Cabrera; para luego, tras una forzada carcajada, añadir:
─ Por favor, seamos serios.

5. Publicidad

Hoy, viernes 15 de octubre, en la librería Quevedo, Kenride Keiser firmará ejemplares de su último libro, ¿ARQUEOLOGÍA?

6. Librería Quevedo. Novedades

¿ARQUEOLOGÍA? Tapa blanda
De Kenride Keiser (Autor)
Fecha de lanzamiento: L 10/10/1974
Editorial Arnaldo Montenegro
Ensayo (Arqueología, mitología, filosofía)
100 pts.

7. El testimonio de Kenride Keiser

─ No sé si estará al tanto, señor Keiser, de las acusaciones que César Cabrera, a través de este programa de radio, ha lanzado a las ondas contra usted.
─ Reinas sobre todo lo sepulto ─contestó Keiser.
─ ¿Perdón?
─ Nada, nada…
(Kenride Keiser pensaba en un poema, con el que había soñado el otro día)

8. Siempre sueñas con poemas

─ Siempre sueñas con poemas, Ken ─dijo Natalia.
Otoño. Natalia y Ken paseaban por el bulevar. Las hojas caídas alfombraban el viejo paseo.
─ Bueno… no sé si son poemas o invocaciones… el caso es que, al despertar, sólo puedo recordar fragmentos… sólo fragmentos ─dijo Ken.

9. Osiris (primera estrofa)

Reinas sobre todo lo sepulto;
en tu reino se precipitan las sombras
sobre las sombras;
los muertos caminan a tientas
por las negras estancias
de tu palacio,
bajo la tierra
sumergido en lágrimas.

10. Eres un poeta nocturno

─ Eres un poeta nocturno, Ken ─dijo Natalia sonriendo.
Otoño. Natalia y Ken paseaban por el bulevar. Las hojas caídas alfombraban el viejo paseo.
─ El poeta no soy yo. Yo no escribo esos poemas, ni siquiera consigo recordarlos.
─ ¿Y quién es el autor? ─preguntó Natalia sonriendo.
─ Eres hermosa, Natalia ─dijo Ken; y luego, después de besar a la joven en los labios, contestó a la pregunta que ésta había formulado: ─ El autor es nuestro creador.
─ ¿Dios?
─ No, Dios no; yo hablo de un ser humano en otro nivel de realidad; del creador de una ficción de la que tú y yo somos personajes.
─ No sé si me convence la teoría ─dijo Natalia, divertida, con una irónica sonrisa.

11. Osiris (segunda estrofa)

Las lágrimas de tu hermana
beben los difuntos;
y así, fortalecidos
por tan dulce néctar,
abandonan sus tumbas
y, como poseídos por una
alegría insólita,
se pasean por los viejos
bulevares
cual artistas holgazanes.

12. ─ No es necesario

descender a ninguna parte para llegar al infierno, pues bastan los periódicos y la televisión para comprobar que…

13. EL INFIERNO ESTÁ AQUÍ

─dijo Ken.
Otoño. Natalia y Ken paseaban por el bulevar. Las hojas caídas alfombraban el viejo paseo.

14. EL CIELO ESTÁ AQUÍ

─No es necesario ─replicó Natalia─ ascender a ninguna parte para llegar al cielo, pues basta el otoño, este viejo bulevar alfombrado de hojas doradas… tú y yo.

15. Ken permaneció unos segundos en silencio;

Después contestó con una frase que (como luego reconoció) ni él mismo entendía:  
─Hay muchas formas y una sola forma de descuartizar una lira de Orfeo, pero…

16. Lira

Serpiente espiral. Amor de Orfeo. Eva. Natalia, que despertó y calmó en Kenride Keiser arrebatos, fuegos o tempestades; ensordeciéndole a los satánicos cantos de las sirenas; dulcificándole y fortaleciéndole con una sonoridad nueva.

17. Como se inclina el creyente

Ante un políptico sacro: ¡Mira!
En el centro, enmarcado con un corazón, como un icono hierático, el rostro frontal de Natalia: ¡RESPLANDECIENTE! A derecha e izquierda, coreografía de flores; nubes místicas.
Y un bolso (a la izquierda) con estampado de espirales.
Y (a la derecha de la venerada) un gran zapato femenino de tacón alto, cual fetiche esplendente.

18. UN GRAN ZAPATO

Fue la obra que más atrajo la atención de Natalia (Había acudido con Ken a la macroexposición de arte contemporáneo). Se trataba de una escultura policromada de más de dos metros de altura.
─Si algún día ─bromeó Natalia─ los arqueólogos tuvieran que juzgar nuestra época por este zapato… ¡pensarían que éramos unos gigantes!
─O tal vez pensarían que éramos unos adoradores del kitsch… ¡y acertarían! ─conjeturó Ken.
─En cualquier caso ─argumentó Natalia─ esta escultura acabará en la mansión de algún millonario fetichista.

19. ECOS DE SOCIEDAD

A la derecha: Natalia Morel Vidal, la famosa modelo y actriz, y el arqueólogo y escritor Kenride Keiser, contemplan una curiosa escultura, que representa un gran zapato femenino de tacón alto, en su visita a la macroexposición de arte contemporáneo

20. Osiris (tercera estrofa)

Pero a ti, que ya no puedes creer
ni en lo visible ni en lo invisible;
a ti, merodeador de ruinas,
profanador de restos,
coleccionista de cachivaches…
¿quién te resucitará de entre los muertos?

21. Del diario de Kenride Keiser.

Soñé con un largo poema, ¿o tendría que decir invocación?, pero lo he olvidado casi completamente. Recuerdo que estaba dedicado a Osiris, y se dividía en tres estrofas. A continuación escribo lo único que, a duras penas, he podido recordar del poema.
Osiris.
Reinas sobre todo lo sepulto;
En tu reino (…)
Las lágrimas de tu hermana
Beben (¿los muertos?)
(…)
Cual artistas (¿bohemios?)
Pero a ti, que ya no puedes creer
Ni en lo visible ni en lo invisible…
… merodeador…
… profanador…
… coleccionista…
¿quién… (…)
(¿de los muertos?)

22. Ya sabemos

que César Cabrera contestó diciendo que Kenride Keiser estaba loco. Luego tenemos la declaración de Ester, que calificó a César de «un tío majísimo», y explicó que la reacción violenta de Kenride Keiser fue desproporcionada, pues respondía a «una pequeña broma». En cuanto al testimonio del propio Keiser, decir que su aportación para el esclarecimiento del suceso fue nula, ya que el joven arqueólogo contestó con evasivas, o, más aún, dio respuestas que en absoluto parecían responder a las preguntas. Más de un radioyente ha estimado, y yo estoy totalmente de acuerdo, que la única intención del señor Keiser fue la de tomarnos el pelo. Siento decir esto, porque yo tenía una elevada opinión del señor Keiser, pero ahora…

23. Pero…

¿Qué sucedió realmente?
Fue hace años, cuando todos ellos estudiaban en la universidad.
César y Ester estudiaban periodismo.
Natalia era estudiante de arte dramático.
Kenride estudiaba arqueología.
Los cuatro, y algunos más, formaban entonces algo más que una pandilla de amigos: «el grupo».
Dicen que, ya entonces, Natalia pasaba más tiempo en los escenarios y en las pasarelas que en las aulas.

24. ─ ¡Estás loco, Ken!

─gritó Ester─ ¿por qué le has pegado a César?, sólo estaba bromeando.
─Vale ─dijo Natalia tratando de tranquilizar a Ester─, de acuerdo, era una broma… ¡pero de muy mal gusto, chica, reconócelo!
─ ¡Mira, Natalia, te has echado un novio que es un asco, y algún día te vas a arrepentir! ─gritó Ester.

25. ¡Cuánto tiempo, César!

Ella caminaba por el bulevar cuando…
─Juraría que aquel que viene por allí es César ─pensó Ester.
En efecto, era César.
Era primavera.
─ ¡Cuánto tiempo, César!
Hacía ya un año que, en aquel programa de radio, César, que había acudido para otro asunto, acabó hablando mal del que, hacía tanto tiempo, había sido su amigo, en los tiempos de la universidad: Kenride Keiser. Se creó una radiofónica polémica en torno al muy popular arqueólogo Keiser (popular por haber presentado, en la televisión, un programa de carácter divulgativo sobre arqueología). Ester fue entonces llamada a aquel programa de radio, para aportar su testimonio. Es decir, César y Ester estuvieron en el mismo programa radiofónico; y ambos despotricaron allí contra Kenride, pero en días distintos. No llegaron a verse.
Ahora, por casualidad, se encontraban en el bulevar.
─ Pensar que estuvimos hablando mal de Ken en la radio ─se lamentó Ester─ y ahora…
─ Pero, ¿qué se sabe? ─preguntó César.
─ No se sabe nada… pero todo el mundo le da por muerto ─dijo Ester.
─ Bueno… no hay que perder la esperanza…
─ ¿Te das cuenta?, estuvimos hablando mal de él en la radio, ensuciando su nombre por algo que había pasado hace tanto tiempo, cuando éramos unos críos…
─ Tranquilízate, Ester; además no éramos tan críos… yo y Ken estábamos en quinto de carrera; y yo, encima, había repetido dos cursos, o sea que…
Ester no dijo nada; se limitó a guardar silencio, con la mirada baja.
─Ánimo Ester ─dijo César, cogiéndola cariñosamente por los hombros y zarandeándola ligeramente, como hacía en los viejos tiempos universitarios. Y luego, queriendo cambiar de tema: ─¿Recuerdas nuestro antiguo lema? ¡Mejor ramera libre que…!
─ Ya no me hace ninguna gracia ese estúpido lema; me parece de muy mal gusto ─interrumpió Ester.
─ No te pongas así, chica.
─ El otro día estuve hablando con Natalia. Fui a verla, ¿sabes?; y te aseguro, César, que estaba completamente destrozada.
─ Ánimo, Ester; ese cabrito de Ken aparecerá cuando menos te lo esperes, sano y salvo. Y yo seré el primero en ir a darle un abrazo.
─ ¿Hablas en serio, César?
─ Claro, iré a darle un abrazo y le diré: «Mira, Ken, ¿sabes qué te digo? ¡que me merecía el puñetazo que me diste!; anda, ¡dame otro!»
Entonces Ester, con los ojos inundados de lágrimas, abrazó a César.
─ Vamos, vamos, chica… arriba ese ánimo… recuerda nuestro grito de guerra: ¡mejor ramera libre que… perdón, perdón, lo siento, no he dicho nada! (─ Sí, mejor no digas nada ─pensó Ester─ porque seguro que muchas monjas enclaustradas han sido mucho más felices que tú y que yo)

26. El descenso a los infiernos de Kenride Keiser

El recuerdo de un nombre como siete letras de luz (NATALIA) en medio del sufrimiento en el abismo de espinas sombras como coronas amargas: POR INFERNALES REGIONES aguas detenidas sobre el cieno POZOS DE LODO Y CORRUPCIÓN vegetación monstruosa TINIEBLA, OSCURIDAD, LLUVIA y NUBES que luchan contra la Luz Ra como Lucifer Satanás lucha contra CRISTO LUZ DEL MUNDO que descendió a los infiernos AL LIMBO asiendo, con manos heridas por los clavos, su estandarte SU CRUZ sangre sobre la nieve MIRA CÓMO ACUDEN A SU LLAMADA Adán, Abel, Moisés, David, el Bautista, el ladrón arrepentido… MIRA cómo los demonios huyen, se internan en la tiniebla a través de lagunas de cocodrilos, bajo la mirada del leopardo, la hiena, el mandril o la serpiente. Cómo se desintegran en caótico bullir de miríadas de insectos, para transmutarse luego en escorpiones y tarántulas. Ambiente malsano de desmedida humedad y calor desmedido: SELVA por la que Kenride Keiser desfallece que es la REGIÓN ROJA DE SETH, EL GENIO OPRESOR no sólo del desierto, sino de todo lugar donde el mal habite. Porque aunque dicen, Seth, que como animal del desierto te extinguiste, vivo continúas en todas las destrucciones: guerras o enfermedades, incendios o tornados o DISENTERÍA y FIEBRE EN ESTA SELVA CEMENTERIO EXCESIVAMENTE HÚMEDA. Tú eres, VENCIDO POR LA MÚSICA DE ORFEO, el venenoso PERRO MONSTRUO de tres, de cincuenta cabezas y cola de serpiente (Mira: otras muchas serpientes nacen de tu lomo). Tú, en cambio, hierático Osiris (genio del mundo subterráneo, de múltiples ojos como apocalíptico cordero, que te paseas también por el infierno), tú, en cambio, aunque eres negro como la muerte eres también verde como la resurrección ERES UN TEMPLO RECONSTRUIDO. MIRA: María Magdalena encontró el sepulcro vacío. Pensaba que habían robado el cuerpo de Jesús, pero, aunque al principio no le reconoció (creía que era el jardinero) ÉL ESTABA AHÍ, y con la RESURRECCIÓN renacía la esperanza, como esa esperanza de siete letras para ken: NATALIA.

27. Osiris (poema completo)

Reinas sobre todo lo sepulto;
en tu reino se precipitan las sombras
sobre las sombras;
los muertos caminan a tientas
por las negras estancias
de tu palacio,
bajo la tierra
sumergido en lágrimas.

Las lágrimas de tu hermana
beben los difuntos;
y así, fortalecidos
por tan dulce néctar,
abandonan sus tumbas
y, como poseídos por una
alegría insólita,
se pasean por los viejos
bulevares
cual artistas holgazanes.

Pero a ti, que ya no puedes creer
ni en lo visible ni en lo invisible;
a ti, merodeador de ruinas,
profanador de restos,
coleccionista de cachivaches…
¿quién te resucitará de entre los muertos?

28. El amor

El amor
es un ángel oscuro;
un mensajero extraño
que estremece las más duras murallas;
el cual, con sus purpúreas llamas,
purifica el podrido féretro
de la soledad
y el miedo.

Dioses gélidos
absortos
se bañan
en el oscuro lago,
al atardecer.

El aliento de Osiris
es un vapor terrible.

La luna febril
colorea con su plata
los sagrados olores
del campo
nocturno.

En la tormenta
se enlazan
nuestros pensamientos,
como trenzas.

Tus labios
esclavizan
el bramido
salvaje
de mi angustia.

En el bosque
encontraron
signos febriles.

29. El cielo

Yo, Kenride Keiser,
arqueólogo,
ahora que camino hacia la muerte
(a través de esta selva,
de este infierno)…
ahora que ya es demasiado tarde,
sólo ahora sé, veo, comprendo:
¡Oh, Natalia, qué razón tenías!
porque el otoño era el cielo,
y el viejo bulevar, alfombrado de hojas
doradas.
Pero sobre todo… tú.
Tú, Natalia:
¡Mi Cielo en la tierra!

30. NO PIERDAS LA FE, KENRIDE KEISER

Confía, oh Ken Orfeo, en la desbordante música que sobrepasa los límites de los espacios y se ahonda en las inmensidades y se eleva a los más altos recintos; en la música que es llave y palabra y jeroglífico que con restos diseminados de ruinas reconstruye alaridos como altares nuevos, como herméticas oraciones que, sin explicar nada, con su redentor lenguaje tenebroso, todo iluminan.

31. Imitación de Cristo

Ken como Cristo sufriente en el abismo de espinas sonoras como coronas amargas (por infernales regiones) y, en medio de tanto sufrimiento, el recuerdo de un nombre como…

32. SIETE LETRAS DE LUZ:

NATALIA

33. Regreso al pasado

Al llegar a la puerta de la ermita y liberarse del peso de las mochilas, Natalia y Ken se sienten extrañamente ligeros, aliviados aunque fatigados y doloridos, especialmente los hombros. Ken saca, del bolsillo de atrás de su pantalón, su deteriorado librito de Lao Tse y, abriéndolo al azar, lee en alto una de sus máximas. Natalia sonríe. Luego rezan en el interior del santuario. Desde su secreto observatorio, sin ser visto, el ermitaño les contempla. Cuando salen admiran, en silencio fervoroso, el paisaje: las montañas, los árboles, los pájaros… y piensan que en momentos así es fácil creer en Dios. Después comen algo, agotando casi todas sus provisiones. No importa, pues el pueblo, por las señas que les dieron, ya debe quedar muy cerca.

34. La ciudad en invierno (aún no eran novios)

El crispado entrecejo de Ken da a conocer su tormenta interior. Bajo sus botas cruje la nieve. Blancos copos se posan sobre sus negros cabellos en desorden, sobre sus hombros, sobre su grueso abrigo. Un abrigo largo, de color negro, en cuyos bolsillos resguarda sus manos del intenso frío invernal, del frío aire que, al ser respirado, transforma su aliento en vaporosa nube. Alguien grita a su espalda, con dulce voz: «¡Ken!». Ken se vuelve. Es Natalia la que se muestra ante sus ojos. Sorpresa. Tiene un aspecto algo cambiado, tal vez un aspecto menos infantil. Pero es la Natalia de siempre, no cabe duda: un cálido contrapunto en el día de invierno. Entonces el crispado entrecejo de Ken se relaja, como reflejo de una tormenta interior que ya amaina.

34. Ahora que no hay futuro,

ahora que nítidamente veo, frente a mí, el rostro de la muerte, su afilada guadaña… Ahora los recuerdos felices se hacen también más nítidos. Qué hermoso cuando tú y yo rezábamos juntos, Natalia, en aquella ermita en el campo, en la vieja catedral… la vieja y sublime catedral…

35. Alta es tu belleza,

como tus altas torres
que hacia altos abismos se precipitan:
altos chapiteles del edén nostálgicos.
Tú, catedral. Pináculos que
(titánicos gigantes o balbucientes niños,
Según se mire)
Ascienden a lo alto
Transidos por una ilusión
(no por infantil falsa: al contrario):
alcanzar un paraíso donde entregar,
a manos cálidas,
las tristes plegarias que tu interior
(penumbra que bebe la luz)
condensa
(Pasados, presentes,
tal vez futuros,
habitan el éter
que tu geometría
contiene: ¡tantos rezos!)
de los locos píos
que, bajo tus maternales bóvedas,
a resguardo del venenoso mundo,
borran amarguras
(juntas las manos)
con tu embriagador cáliz de olvido.
Mas, ¿qué se esconde, catedral
(inmensos son tus secretos),
en tus negros rincones?
Tus negros rincones no sé si tibios
o gélidos pues,
a ellos,
¿quién osaría acercarse?

36. Todos aquellos poemas

que soñé (poeta nocturno me llamaste,
Natalia), aquellos que, al despertar,
apenas podía recordar,
ahora, en este terrible trance,
con nítida claridad acuden
a mi memoria,
como si alguien me los dictara:
¿el autor?
Mas, si sólo soy un personaje de ficción,
¿cómo puedo albergar tanto dolor,
Cómo puedo sufrir tanto?

37. Angustia. Desesperación.

─Si al menos nevara en este terrible infierno…
─piensa Ken─ Oh, si al menos nevara…

38. La respuesta

Las ninfas se desprenden de las nubes;
las muy pequeñas deidades buscan el bosque,
su otra morada
(han viajado en nubes de morada a morada)
y blanquean
(ya casi nihilista de tanta soledad
selvática, de tanta nigromancia sin respuesta)
el alma nigérrima del ermitaño.
Con un pañuelo (emocionado está)
las lágrimas se seca:
«Al fin me das, Señor, una respuesta.»

39. Un milagro

─¡Un milagro! ─piensa Ken─
¿No podía suceder un milagro?

40. Jesús camina sobre las aguas

Como algo soñado que despierta temor
camina en la noche.
El fuerte viento alborota sus cabellos
y el mar.
Enmudecen los pescadores.
Áurea belleza inquietante
que embelesa
contemplan mudos
del que camina,
cual espíritu ingrávido,
sobre la danza húmeda de las olas.
«Soy yo, no temáis»
«Sube, maestro»
Y de pronto ya están
en la ribera.

41. ¡Oh, la vida!

Extenuado, después de tanta lucha (la selva en torno) Ken se rinde. Lanza, con su últimas fuerzas, un grito terrible: «¡Oh, la vida!»
Luego cae de rodillas: «Oh, Natalia…», murmura quedo, como pronunciando su última oración.
Y se desploma.

42. LA VIDA (I)

Pálida, débil,
fantasmal, silente,
herida por criminal,
turbia, tibia, pútrida,
ebria, inquietante
pero dulce
(insegura)
brutal luz (oscuridad)
LA VIDA: TÚ.
Oscuridad (luz soñada,
querida en cada tarde,
cada vez que,
cual música de órgano,
resonaba un viento
que olía a incienso,
a iglesia,
a incienso de iglesia.
Un viento purpúreo que,
como una recién sacrificada bestia,
sangraba:
Y era, también,
(luz y oscuridad soñada)
LA VIDA,
SÓLO LA VIDA:
SÓLO YO.

43. LA VIDA (II)

En los cristales de los escaparates (revolviéndose impetuosa) se reflejaba: la calle. Amalgama de sensaciones fugaces. Quietud e inquietud, espejismo en mudanza, rapsodia bulliciosa de sensaciones: la vida. Superpuesta, en ráfagas fugaces, sobre los quietos objetos.

44. LA VIDA (III)

Fiesta deleznable: Apretujados en un espacio opresivo (segregando sudor) los ligeros o torpes (abolido el diálogo, solidificada el alma) intercambiaban soeces movimientos corporales, gestos simiescos o necias palabras (gritadas para los oídos sordos). En el envolvente estruendo del ruido musical: cuadro digno de lástima. O buscando ocasiones rastreras (¡Ahora!) para el anhelado tacto (¡Ah, el anhelado tacto!). Natalia y Ken estaban allí, pero… ¿qué diablos hacían allí? Se miraron con intención. Y abandonaron aquel antro.

45. WESTERN

Cargando a Jane (interpretada por Natalia Morel Vidal) en sus fuertes brazos, George (Joab Grey) corrió hacia el pueblo fantasma. Mientras, el forastero (Neftalí Constant), que había comenzado a disparar contra los bandidos, cubrió su retirada. Entenebrecíase ya el paisaje, en la tarde crepuscular. Por eso, cuando George y la desvanecida Jane entraron en el pueblo deshabitado, aquel lugar, inundado de sombras, presentaba un aspecto lóbrego. Cuidadosamente dejó a la muchacha, que parecía dormida, un momento sobre el suelo, para descansar sus brazos y coger aliento. Vio entonces, ante él, la larga calle sombría. El revoloteo de los negros murciélagos. Atrás resonaban los disparos: el forastero se batía con los bandidos. Ahora, George debía buscar una casa, sólida, en que poder refugiarse con ella, su querida Jane. Los párpados le pesaban, pues llevaba casi tres días venciendo al sueño. Su corazón latía apresuradamente, y un helado sudor recorría su rostro, empapaba sus revueltos cabellos. En su cuerpo sentía escalofríos febriles. El viento hacía crujir viejas maderas. Qué terrible hubiera sido, pensó George, perecer, junto a su hermana, a manos de los asesinos de sus padres. Y qué cercana había sentido a ellos la muerte, estos últimos días. Entonces empezó a llover.

46. Allí tumbado: Kenride Keiser

Cree morir. Y entonces le es dictado el que piensa es su último poema nocturno:

Mi alma encierra lamentos remotos.
Gritos de espanto envuelven el mundo,
como una costra venenosa:
que las lágrimas de Dios no pueden disolver.
El rencor retumba en las almas invernales.
Los ebrios espíritus infernales flamean,
como fogatas lujuriosas.
Humildemente el paisaje agoniza,
sepultado por la lúgubre noche.
Muchísimas gracias por las nubes.

47. Un recuerdo

En las ramas desnudas las hojas moribundas, purpúreas o doradas, en la gélida tarde otoñal.
Melancolía de una callejuela tantas veces recorrida. Melancolía de una paz moribunda, de unas ancianas casas de enfermizas fachadas: de un blanco sucio, como de nieve manchada. Y la brisa helada en el rostro del caminante: Kenride Keiser, que lentamente avanza. Como, en el viento, lentamente se balancean las hojas, en su pausada caída. Y a su paso, bajo sus pies, el crujir seco (purpúreo o dorado) de las moribundas. Una ebriedad espiritual, crepuscular, envenena el alma de Keiser. Despierta tristes silencios en su memoria. Recuerdos oscuros resucitados, sólo sentidos como un vago acorde de colores, una vaga melodía. O un suave aroma. Quizá sean ecos de la infancia, o quizá el corazón suspira por más recientes ecos: NATALIA. Y así, caminando por aquella callejuela, Kenride Keiser camina por un estado de ánimo, pues avanza por su alma sendero fachada brisa hoja moribunda (purpúrea o dorada) o desnuda rama.  O silentes transeúntes que, religiosamente, sin prisa avanzan, como penitentes. O un rostro tras la ventana de la casa. O, de las chimeneas, el humo lívido. O la valla que parece encerrar, tras sus maderas despintadas, por el tiempo consumidas, un olvidado misterio. «¡Qué calma!» piensa Ken. En la calleja melancólica.

48. Otro recuerdo

Una tarde de junio, Natalia y sus hermanas danzaban. Abrazadas giraban. La brisa acariciaba las flores, aspiraba su aroma, y luego lo exhalaba, como fresco aliento, por todo el campo. Perfumándolo todo. Y el alma ansiosa de las jóvenes se alocaba, como el ritmo palpitante de sus corazones, como sus pies, como sus cabellos, como las mariposas que, en derredor, se congregaban: poniendo, con la caótica pureza de sus etéreos movimientos, un dulce contrapunto. Danzaban en la tarde de junio las tres hermanas, y el sol (aún lejos del crepúsculo) encendía los vivos colores de sus vestidos. Y su alegría enamoraba al joven Kenride Keiser, que allí embelesado las contemplaba. Pero, de las tres hermanas, NATALIA. «Yo, Kenride Keiser, prometo serte fiel en las alegrías y en las penas; pero, por ahora, ni siquiera sabes que te amo», pensó Ken. Mientras el sol ardía como las flores, como los labios entreabiertos de las danzantes, como su febril juventud, como la ufana plenitud de sus esbeltos cuerpos altaneros, bajo los largos vestidos vaporosos.

49. Dios mío,

Si Ken aparece, si regresa a mí, no volverá a quejarme de nada mientras viva.

50. Otro recuerdo (éste, de Natalia)

Un aroma en la tarde mortecina, tibio y pútrido, turbaba la hora crepuscular. Entre sombras siniestras veíanse, como difuntos resucitados, los seres humanos del suburbio. Como zombis que acababan de dejar su tumba: Una muchacha, de mirada anciana y negras ojeras en su pálido rostro, abrazaba al niño mientras, inexpresiva, hablaba con una ruinosa anciana, de mirada infantil. Hombres lascivos y blasfemos, sucios como su corazón mugriento, se apoyaban en un muro decrépito. Y los niños greñosos prematuramente endurecidos, fijando en ella su mirada atónita. Niños crueles jugando con un pájaro muerto del que habían sido, muy probablemente, sus verdugos. Natalia rezó una oración por los pequeños niños, predestinados a una vida oscura, invernal. Y por todos los seres humanos del suburbio. Pero, pese a inspirar en ella lástima, estos seres difuntos, ruinosos, lascivos, blasfemos, sucios, greñosos y endurecidos parecían tener, sobre ella, una ventaja: no sentían, como ella (y no sólo ahora, sino siempre o, al menos, casi siempre, a pesar de su fingido optimismo), miedo. Un miedo que la cercaba, aislándola. Y ¿protegiéndola? «Tienes razón, Ken, el infierno está aquí», pensó Natalia.

51. ORFEO ANTES Y DESPUÉS DEL INFIERNO

Sale el sol, y su belleza
resucita su agonía,
pues la noche ya no enfría,
sombría,
la herida de su alma
que arde, ahora,
sufriente y destruida,
ya sin calma.
Estridente,
quiebra el astro su mente,
aviva su tristeza.
Su demente centelleo
le hace reo
de un deseo:
En el hades espectral,
donde mora el ideal
amor ido (que sin mal
alumbra)
buscar penumbra.

52. PERO…

¿Hubo un caos?
¿Hay un caos?
Puesto que el caos es ser,
y en todo ser habita la determinación,
puede que aquel antiguo caos
sea el ahora, el aquí.
Aquí, ahora, habita la determinación
(torpes esbozos: formas acabadas
o en un grado considerable de acabado).
Y si el infierno no es un resto de caos,
sino su esencia,
entonces el infierno no sería sino las más
densa parte del infierno.

El infierno está, allí donde hay conciencia
sin felicidad, más nítidamente vivo
(Luego una más consciente construcción
no hace sino avivar sus llamas).
Pero, ¿y los ángeles?
Extraterrestres son,
pero, ¿y qué?
Aun los buenos, los que no cayeron,
albergan imágenes infernales
en su mente.
¿Y no sufre Él por los males del mundo?
El mundo es un caos.
El caos es un mundo.

53. OVILLEJO

Quien respuesta del que Impera
espera
esperará, con empeño,
un sueño:
que en algún lugar más puro
(futuro)
ya no existirá lo oscuro
que, del mundo, es la maldad
que lucha con la bondad
que espera un sueño futuro.

54. ¡NATALIA!

APLAUSOS,
BRAVOS,
LAURELES.
El agradecimiento
por los aplausos,
por los bravos,
por los laureles.

UNA GALA.
Un autógrafo.
Unas palabras
de felicitación.
El gran sabor
del ÉXITO.

ROSA CHILLÓN
para la primavera─verano
1971
Y (He aquí)
Grandes bolsillos.

PARA MÁS INFORMACIÓN
Gabardina ligera
para la lluvia.
Y un peinado a lo garçon
para trabajar
(es interesante)
en TV.

APERTURA Y PRESENTACIÓN.
CON VOSOTROS
DIBUJOS ANIMADOS.
Solución al crucigrama.
Horóscopo.
TIEMPO PARA CREER
(a cargo del padre
Dorronsoro).
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ALICIENTES.
Un concierto.
Un viaje.
Un delicioso salmón.
Una isla paradisíaca.

Ken y Natalia en un concierto.
Ken y Natalia en un viaje.
Ken y Natalia degustando
un delicioso salmón.
Ken y Natalia en una isla
paradisíaca.

OFRECIÓ UNA FIESTA.
París.
Estética hippy.
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Un perfume.
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Ken y Natalia.
Natalia y Ken.

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¿NO TE LO CREES, NATALIA?

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¿Lo hace Natalia
(trayectoria de éxitos)
Por dinero?

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de invierno.
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Una sonrisa.

¡Una sonrisa para la prensa,
Natalia!

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EL FOLKLORE,
el arte…
A todo color:
Conjunto de abrigo
y pantalón.
En abril, aguas mil.
“Cine─club”
(CONCURSO)

2ª CADENA.
Carta
de ajuste.
TELEDIARIO.
NOVELA
(capítulo III).
DESPEDIDA
y cierre.

55. NATALIA MOREL VIDAL

(quiero estar siempre a la vanguardia, tener estilo propio, personalidad), como chica moderna que era (estudiante de Arte Dramático, segundo curso), abierta a todas las novedades (o eso creía ella) era maltratada (la más joven del grupo) por el estrés: que a veces dejaba visibles huellas en su rostro: esta mañana estoy horrible (NADIE LA VIO NUNCA HORRIBLE
TODO LO CONTRARIO).
Natalia Morel Vidal colaboró, desde el primer momento, en la construcción y decoración de aquellas toscas casitas de madera en aquel reducto que (susurros en la noche sepulcral) era cerrado por el bosque circundante, que era como un inmenso parapeto que, más que un muro protector, parecía un enemigo amenazante.
Natalia Morel Vidal fue, por tanto, una de las primeras del grupo (sin que el grupo significara nada especial para ella). Se trataba de una novedad (una forma de pasar el rato) como otra cualquiera (pero te advierto que hay veces que me cansa todo esto).
Natalia Morel Vidal también colaboró (pero poco) con los talleres (en los suburbios de la Gran Ciudad: eso sí que me parece un rollo, tía). En cambio, quien sí resultaba atractivo para Natalia era el líder del grupo: Kenride Keiser (estudiante de tercer curso de Arqueología) «Hombre, los otros del grupo (César, Ester…) también me caen bien, son majos».
El caso es que Natalia Morel Vidal había añadido, a sus muchas amistades, las amistades del grupo (me caen bien, son majos), entre los que sobresalía (en su helada y dulce mirada resplandecía un alma ardiente) Kenride Keiser: me gustaría enamorarme de él, compartir con él todo lo que guardo dentro de mí.
Además es culto, sincero y no fumador; y eso es muy importante.
¿Qué más? ¡Ah, sí! (escribió Natalia en su diario) Es alegre, atractivo, alto, soltero, inteligente, juvenil, elegante (a su manera), romántico…
Le gusta el aire libre, la aventura, la literatura, la arqueología, la filosofía, el cine en versión original…
Y luego, claro, lo del grupo, que no todo el mundo crea un grupo.

56. UNA MASCOTA ABANDONADA

«Me siento» escribió Natalia «como una mascota abandonada que, al mismo tiempo, ha encontrado un nuevo hogar. De alguna forma Dios ha respondido a mis demandas cuando ya (en otro tiempo) todas mis ilusiones estaban en peligro de extinción, cuando ya era sólo una vagabunda enlutada (estudiante de primero de Arte Dramático) que vestía de negro (a la moda siniestra camp) de arriba abajo (ropa interior incluida, por supuesto).»

57. Dos estudiantes de segundo curso

─ ¡Jobar, esto ya es otra cosa!, ya está la cueva un poco habitable. Me quedaría sentada en este sillón toda la vida y parte de otra… ¡Venga, Ester, deja ya de currar, descansa un poco, jobarse, mañana continuaremos con eso! (…) ¡Jo! (…) Bueno, Ester, ¿qué te ha parecido el primer día? Bueno, que para ti es el segundo… Me tenía que haber metido en periodismo, como tú… pero bueno, no, Arte Dramático me gusta más. ¿Viste luego a César y ken? ¡Jobar, no han cambiado nada! ¡No han cambiado ni mucho ni poco! (…)
(Contempla a Natalia mientras habla y envidia su alegría, su naturalidad, su inocencia. Me gustaría ser como ella. ¡Qué poco necesita para ser feliz! ¡Qué hermosa es! ¡Cómo la quiero! Me alegra tenerla otra vez como compañera de piso ¡Dios mío, ¿qué nos deparará el futuro? ¡Mejor vivir el presente, sólo el presente. César estaba como siempre, pero más frío, más distante. Aunque, por otra parte, preferiría olvidarme del grupo y empezar de nuevo.)
─¿En qué piensas Ester?
─En nada, Nata. Me gustaría dar un paseo para despejarme, ¿me acompañas?
─¿Te importa que no, chica?, ¡es que estoy hecha polvo!

58. Eran las siete de la tarde

cuando Ester salió sola, a pasear. Las siete de la tarde del día siete de octubre.
En los cristales de los escaparates (revolviéndose impetuosa) se reflejaba: la calle. Amalgama de sensaciones fugaces. Quietud e inquietud, espejismo en mudanza, rapsodia bulliciosa de sensaciones: la vida. Superpuesta, en ráfagas fugaces, sobre los quietos objetos.

59. Natalia ya dormía

cuando Ester regresó al piso. Enclaustrada en su cuarto sombrío, a las doce de la noche, Ester Alvar Ganivet se puso a escribir; mientras de la calle llegaban, a través de la ventana abierta (tras las cortinas lívidas, que tiritaban con el viento otoñal) los ruidos confusos de la calle: gritos o risas, o lejanas canciones… O la caótica y disonante polifonía del tráfico.
La figura de la muchacha se distorsionaba, fantasmal, en el espejo del mueble antiguo.
El rostro de Ester Alvar Ganivet era pálido; su pelo negro, largo y liso; sus ojos, negros y profundos.
Ester Alvar Ganivet era una joven soñadora y romántica que escribía, en verso o en prosa, a propósito de nubes, o de pájaros, o de bosques, o de crepúsculos otoñales, o de jardines lánguidos… O de tardes melancólicas y dulces (Su mejor amiga, la materialista Greta K. Holmes, solía acusarla de  evasiva, de indiferente ante los problemas de su entorno social).
Ester Alvar Ganivet había preguntado, en una ocasión, a Greta: ¿Pero, por qué es necesario odiar a Dios para que exista justicia social? Y Greta (¡Hay que involucrarse, Ester!), incapaz de contestar a esta pregunta, se había limitado, como era su costumbre (su fea costumbre) a calificar a Ester de fantasiosa y sentimental. Y Natalia Morel Vidal, que se divertía con las discusiones de sus amigas (que ni entendía ni quería entender) preguntó: ¿Qué tiene de malo ser fantasiosa y sentimental?
Y los ojos negros de Natalia, bajo el geométrico flequillo de su negro pelo a lo garçon (estilo años veinte), reconciliaron con su inocencia, como de costumbre, a las dos amistosas contendientes, que dieron la discordia por concluida.

60. El día ocho de octubre,

en su diario, Natalia Morel Vidal escribió únicamente:
« Paulus Potter, pintor de animales».

61. Pálida, débil, fantasmal,

silente, herida por criminal, turbia, tibia, pútrida, ebria, inquietante pero dulce (insegura) brutal luz (oscuridad): LA VIDA (NATALIA MOREL VIDAL, por ejemplo).

62. Oscuridad (luz) soñada,

querida en cada tarde cada vez que, cual música de órgano, resonaba un viento que olía a incienso, a iglesia, a incienso de iglesia.

63. Un viento purpúreo que, como una recién sacrificada bestia, sangraba: Y era también (luz y oscuridad soñada)…

64. LA VIDA

65. SÓLO LA VIDA

66. SÓLO ELLA: NATALIA MOREL VIDAL (por ejemplo)

Por ejemplo, la casa era miserable, pero en ella parecía ocultarse una consumación mística. Los niños estaban junto a la puerta, con cara de pena. Tras la puerta, tras la vieja cortina remendada, borrosa entre las sombras del interior (siempre noche profunda): la madre, con su pobre atavío. Afuera aún brillaba el sol. El viento hacía crujir la negra chimenea. Sobre las tejas, del color de las hojas de otoño, cantaba un ruiseñor. Recorrían las hormigas la pálida fachada. En un charco cercano, rodeado de moscas, algo se pudría. Desde la lejanía, el viento traía el hedor del vertedero. El sol ponía, en la destartalada persiana, reflejos dorados.
«¿Qué hago yo, Natalia Morel Vidal, aquí?»

67. «¿Qué diablos

hago yo, Natalia Morel Vidal, aquí?»
«¿Qué hago yo, Kenride Keiser, aquí?»
FIESTA DELEZNABLE: Apretujados en un espacio opresivo…
(Demasiada gente. Me gustaba más la decoración de este garito cuando se llamaba K. Mills. Greta y Ester parecen pasarlo bien. Qué agobio. Y qué calor. ¿Y estos son los futuros próceres? Y tú, Ken, ¿qué haces aquí?; no pareces divertirte mucho. Y yo, Natalia, ¿qué diablos hago esta noche aquí? ─pues no me estoy divirtiendo nada─; y esta tarde, ¿qué hacía yo, Natalia, allí?
La casa era miserable, pero en ella parecía ocultarse una consumación mística. Los niños…
(…)
El sol ponía, en la destartalada persiana, reflejos dorados.)

68. Cuando Natalia y Ken

abandonaron el K. Mills, caminaron por las desiertas calles, en dirección a donde vivía ella. Por el camino hablaron de cosas intrascendentes. Luego, después de dejar a Natalia en su portal, Kenride Keiser, con las manos en los bolsillos de la chaqueta caminó, solitario por las calles desiertas, hacia su casa en la Vía Ancha (una de las más elegantes avenidas de la ciudad).

69. El viernes nueve de octubre,

Natalia no escribió nada en su diario.

70. SUCEDIÓ ASÍ

A la desesperada, el piloto de la aeronave (TRES PERSONAS FALLECIDAS EN UN ACCIDENTE DE AVIONETA Y UNA DESAPARECIDA) se lanza a una arriesgada PADRE NUESTRO, QUE ESTÁS EN… (Aún se desconocen los motivos del trágico accidente)… SANTIFICADO SEA TU… aterrizaje de emergencia ¡DIOS MÍO! ¡CUIDADO! ¡KRAAAAK! En un claro de la selva.
Junto a la avioneta siniestrada (SE DESPLOMÓ CON FUERTE ESTRUENDO) se encontraron los cuerpos sin vida del piloto y de dos de los miembros de la expedición arqueológica.
A las improvisadas tumbas, el arqueólogo desaparecido había añadido tres toscas cruces de madera.
El sobreviviente ha sido identificado como Kenride Keiser, famoso arqueólogo.
Kenride Keiser sigue sin aparecer. Es posible que se alejara de la avioneta en busca de agua y comida, y que después, perdido en la selva LOS GRANDES ÁRBOLES (Vegetación monstruosa) CON SUS GRUESAS RAMAS DE FORMAS TORTUOSAS (los agudos chillidos de la fauna LAS AVES ESPANTADAS) no supiera regresar al claro.
Las tres personas fallecidas habían sido enterradas en el claro, cerca de la avioneta allí destrozada.
La avioneta (que, averiada, intentó un aterrizaje forzoso, en el que perdió el ala derecha LOS GRANDES ÁRBOLES, SUS GRUESAS RAMAS DE FORMAS TORTUOSAS) no llegó a explotar, pero de los cuatro viajeros sólo Kenride Keiser salió con vida.
El arqueólogo perdido (LOS GRANDES ÁRBOLES la vegetación monstruosa en torno) es pareja de la modelo y actriz Natalia.

71. Visiblemente afectada

(por la desaparición de Ken) se la vio en el New Mills completamente ebria. ¡¿Dónde está Ken? ¿Dónde está la Causa Primera? ¿Dónde está el padre Dorronsoro?!, gritaba Natalia (fuera de sí) entre la risa y el llanto.
─¡¿Pero quién es el padre Dorronsoro?! ─preguntó gritó alguien.
─¡Sí, hombre ─contestó gritó otro─ ese que salía en la tele!
En torno, la deleznable fiesta, hoy como ayer: torpes movimientos, gestos simiescos, necias palabras (gritadas para los oídos sordos)… EN EL ENVOLVENTE ESTRUENDO DEL RUIDO MUSICAL: «¿Qué dices?, ¡no te oigo!» «¡¡Digo que es un cura que salía en la tele!!»

72. El recuerdo de un nombre

como siete letras de luz (NATALIA: «Un día», dijo Natalia, «Ken me habló de Osiris») en medio del sufrimiento (¿Perdón?) en el abismo de espinas («Eres un poeta nocturno») sombras como coronas amargas: POR INFERNALES REGIONES («El poeta no soy yo») aguas detenidas sobre el cieno EL INFIERNO ESTÁ AQUÍ POZOS DE LODO AZUFRE Y CORRUPCIÓN vegetación monstruosa serpiente espiral TINIEBLA, OSCURIDAD, LLUVIA Y NUBES que luchan ECOS DE SOCIEDAD contra la Luz Ra como Lucifer gran zapato femenino de Tacón Alto Satanás lucha contra CRISTO LUZ DEL MUNDO que descendió a los infiernos AL LIMBO ya sabemos que César Cabrera contestó diciendo que Kenride Keiser estaba loco asiendo, con manos heridas por los clavos, su estandarte SU CRUZ (siento decir esto) sangre sobre la nieve (¿pero qué nieve?) MIRA CÓMO ACUDEN A SU LLAMADA Adán, Abel, Moisés, César y Ester (estudiantes de periodismo), Natalia (estudiante de arte dramático), Kenride (estudiante de arqueología), David, el Bautista, el ladrón arrepentido… MIRA cómo los demonios huyen ¿por qué le ha pegado a César? Se internan en la tiniebla de acuerdo, era una broma… ¡pero de muy mal gusto, chica, reconócelo! a través de lagunas de cocodrilos y algún día te vas a arrepentir bajo la mirada del leopardo, la hiena, el mandril o la serpiente («Pensar que estuvimos hablando mal de Ken en la radio», se lamentó Ester, «y ahora…») mira cómo se desintegran en caótico bullir de miríadas de insectos, para transmutarse luego (¿te das cuenta?) en escorpiones (bueno… no hay que perder la esperanza) y tarántulas. Ambiente malsano de desmedida humedad tranquilízate Ester y calor desmedido: El aliento de SHET es un vapor terrible por el que Kenride Keiser desfallece REGIÓN ROJA donde el mal habita guerras o enfermedades, incendios o tornados O DISENTERÍA, FIEBRE el bramido salvaje de mi angustia (a través de esta selva, de este infierno) como Cristo sufriente (¿dónde está la ermita, la ciudad en invierno, la vieja y sublime catedral, las ninfas desprendiéndose de las nubes, Jesús caminando sobre las aguas… DÓNDE LA VIDA?) ¡Oh, la vida! Grita Ken se rinde cae de rodillas se desploma ¿DÓNDE TÚ, OSIRIS, TEMPLO RECONSTRUIDO? ¡EL SEPULCRO ESTÁ VACÍO, MARÍA!, los cristales de los escaparates ya no reflejan la calle, ya no hay envolvente estruendo en la fiesta deleznable, ya George no carga a Jane en su fuertes brazos…

73. YA (allí tumbado) KENRIDE KEISER

cree morir. Y entonces le es dictado el que piensa es su último poema nocturno:
Mi alma encierra lamentos remotos
Gritos de espanto…
(…)
…por la lúgubre noche.
Muchísimas gracias por las nubes.

74. Pero, muy lejos de allí…

NATALIA, a solas, en voz alta, REZA:
─Padre nuestro, que está en los Cielos…
Y también:
─Dios te salve, María, llena eres de gracia…
E incluso:
─Reinas sobre todo lo sepulto
en tu reino los muertos caminan
las lágrimas de tu hermana beben
los muertos
cual artistas bohemios
pero a ti, que ya no puedes creer
ni en lo visible ni en lo invisible
merodeador
profanador
coleccionista
¿quién de los muertos?

75. Sí, Natalia reza

Las oraciones que aprendió de niña. Y reza la oración fragmento sueño nocturno que de Ken aprendió.

76. Y SUCEDE:

Ya dormido (él creía que muerto) en la selva terrible, a merced de las fieras, Ken tuvo un sueño (en el momento en que, tras rezar sus oraciones, en su viejo y destartalado piso que nunca quiso abandonar «a pesar de mis éxitos como actriz y modelo OH, QUÉ TIEMPOS FELICES cuando lo compartía con Ester y Greta», Natalia caía desvanecida.

77. YA DORMIDO

(él creía que muerto) en la selva terrible, a merced de las fieras, Ken tuvo un sueño, que él creyó EN SUEÑOS que era su último sueño: Osiris avanzaba hacia él… rodeado de las almas de tantos muertos… y vio que la selva era un viejo bulevar, y que los muertos no eran sino artistas holgazanes… y que el dios de los muertos era la diosa de la vida: NATALIA… pero Osiris continuó avanzando por la selva (bulevar terrible), y ya Ken dudaba de si era aquel dios, o Hermes Thot… ¿Orfeo? Pero no. Quien le ofrecía agua era… «¡Cristo!», exclamó Ken abriendo los ojos. Y vio ante él el rostro de un hombre curtido, de grandes bigotes, que cubría su cabeza con un salacot de explorador. «Tranquilo hijo», dijo el abigotado explorador, y entonces Ken supo que había resucitado.

78. ─Oye, César, ¿sigues

Con Matilde?
─No, ya hace tiempo que no… Y tú, Ester, ¿estás ahora con alguien?
─En este momento, no. Oye, César, ¿crees que es buena idea, de verdad, lo de ir a ver a Ken?; puede que no le haga gracia vernos.
─¡Oye, de echarse para atrás, nada, chica!
─Tienes razón, César… ¡vamos!

79. EL ARQUEÓLOGO KENRIDE KEISER

Se recupera en el hospital. Natalia Morel Vidal no se separa ni un instante de su lado.

80. EL CAPITÁN MARKUS KAHLTROT,

El salvador de Kenride Keiser, que lucha contra la caza ilegal de elefantes, hizo ayer un llamamiento en televisión, aprovechando su actual popularidad, a todas las fuerzas e instituciones que…

81. Mientras, en el hospital…

─Natalia…
─Dime, Ken.
─Esta tarde me alegré mucho por la visita de Ester y César.
─Yo también, Ken.
─¿Sabes, Natalia? En cuanto pueda abandonar esta cama, de la que ya empiezo a estar un poco harto, me gustaría… ¿sabes qué me gustaría, Natalia?
─Dime, Ken.
─Me gustaría… si tú quieres, claro… que nos casáramos.
─¡¡Oh, Ken!!

82. SÍ, QUERIDO LECTOR,

  Lo has adivinado: aquel ¡¡Oh Ken!! de Natalia era, efectivamente, un rotundo ¡¡Sí!! (fin)